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  • Foto del escritorRevista De Frente

Relaciones Colombia-Ecuador y política de fronteras desde el bombardeo a Raúl Reyes.

Fronteras, uniendo lo que nos separa.

Para entender la historia reciente de los acontecimientos acaecidos en la frontera Colombo Ecuatoriana consideramos que es necesario remontarse al origen de lo que hoy tan naturalmente reconocemos como líneas divisorias pero no dejan de ser líneas imaginarias para la administración del poder. No hacerlo implica el riesgo de caer en las ficciones de la soberanía de los estados nación como horizonte de análisis y limita nuestras posibilidades de reconocer los conflictos que ahí se suscitan como resultados de procesos históricos más amplios; peor aún, no hacerlo significa resignarnos a las interpretaciones difundidas por prensa y gobierno donde la creación de enemigos internos como chivos expiatorios a la política nacional es funcional a las agendas políticas de dominación y control social.



Para empezar, debemos apropiarnos del hecho de que aquello que nos une es lo mismo que nos

separa. Hablar de las fronteras entre Ecuador y Colombia es remontarse a la Gran Colombia, a los virreinatos y la colonia española. Las separaciones del territorio que se dan para facilitar su

administración son el interés de las clases dominantes que negocia y disputa las superficies de

donde extrae su beneficio e impone su control. Las guerras de emancipación latinoamericanas

saldaron la independencia de las elites criollas del control de la corona española y establecieron

estados nacionales a las sombras de las fronteras de los virreinatos. El sueño de la gran Colombia seria fugaz y desaparecería entre las ambiciones de las elites criollas peleando por el poder y desterrando al olvido a Simón Bolívar quien moriría sin que nadie le escriba aguas abajo en el Magdalena el mismo año, 1830, en que Antonio José de Sucre seria emboscado a órdenes de quien sería el primer presidente del Ecuador en la quebrada de Berruecos cerca de Pasto y de la naciente frontera.

Ya en tiempos más recientes, 178 años después y en las mismas fronteras más al oriente en Santa Rosa de Yanamaru y siendo el 2008; el gobierno de Uribe lanza un ataque militar sobre suelo Ecuatoriano bombardeando un campamento de las FARC y asesinando a 18 personas entre ellos Raúl Reyes. Ecuador lo considero una violación a su soberanía. Colombia defendió la acción como legitima. La pasajera tensión diplomática avivo el interés público en la respectiva dinámica fronteriza pero no paso de ser una superficial cobertura igual que aquellas que se siguieron de las fumigaciones del Plan Colombia, la supuesta respuesta que se planteó desde el Plan Ecuador y ahora las nuevas estrategias de seguridad tras más recientes atentados explosivos y secuestros en la zona de San Lorenzo y Tumaco. Mientras que en el trasfondo; el abandono estatal a la ruralidad fronteriza y erróneas políticas de persecución y criminalización a la población local desde ridículos como un galón de gasolina o un quintal de cemento hasta absurdos como autoridades nacionales denunciando que obras de vialidad en la frontera son oportunidades para el crimen antes que oportunidades para que el estado garantice derechos. Todo se combina resultando en la precariedad socioeconómica de la zona donde el contrabando, cultivos ilícitos y narcotráfico representan oportunidades económicas legítimas pero ilegales.

Desde el poder central, los riesgos que emanan de las fronteras como crimen, narcotráfico y

terrorismo son difundidos como males latentes para la población nacional que debe estar unida

para enfrentar estos males nacionales. Las respuestas de mano dura y militarización no resolverán nada mientras no se resuelvan las desigualdades sociales que generan la mano de obra desposeída que cultiva y procesa el primer eslabón de una industria millonaria donde el nuevo auge de violencia en la zona sur occidental de Colombia y nor-occidental de Ecuador coincide con la expansión de cultivos de coca en el departamento de Nariño en la última década. La guerra contra el narcotráfico es una ficción para el control de precios y quienes realmente lucran del narcotráfico no están en la frontera. Al campesino le regresa un valor ínfimo del coste en que se vende un kilo en los centros de consumo y son los aparatos del lavado de dinero que operan entre reconocidas y respetadas empresas, bancos y políticos los que comen la mejor parte del pastel.

Puede que se cultive, procese y trafique en la frontera pero esto funciona bajo las demandas e

inversiones de estructuras criminales enquistadas en el poder nacional y narcotráfico

internacional. Es así que, negándonos que los muertos siempre los han puesto los pobres ahora

también quieren decirnos que el narcotráfico es culpa del campesino que siembra la hoja.

Ahora que nos acercamos a la celebración de los bicentenarios de nuestras republicas no podemos olvidarnos del pendiente histórico de verdadera liberación, aplaudir a los altares patrios es celebrar la dominación de las mediocres burguesías nacionales. Eso compartimos los runas de estas tierras, 526 años de violencia sistemática contra indios y mestizos, 200 años de ficciones de estados nacionales que se han construido desangrando y exprimiendo vida de nuestros campesinos y obreros. Eso comparte nuestra frontera, las espaldas de estados nacionales que las han convertido en chivos expiatorios y enemigos internos de su propia mediocridad e incapacidad de ejercer el estado de derecho sobre su territorio. Y cada día, los connacionales que cruzan la frontera por los miles de caminos y puentes vecinales, más allá de ecuatorianos o colombianos son ciudadanos de estados fallidos, compartimos eso y las balas perdidas. Y volviendo al bombardeo de Angostura como se llegaría a conocer la emboscada al campamento de Raúl Reyes, el problema no es que Colombia viole la soberanía de Ecuador, el problema es que no se pueden aceptar las acciones de un gobierno narco-paramilitar que criminaliza las luchas sociales de medio siglo del campesinado Colombiano por el acceso a la tierra. Como con la emboscada a Sucre, en la frontera pretenden enterrar a quienes les disputan el poder. La infinita diversidad humana dotara de identidad a todo espacio social y no se trata de negar su valor sino desenmascarar que también esa identidad nacional es funcional al control de las elites. Que el orgullo de sentirnos colombianos o ecuatorianos no sea un acto de arrodillarse a los altares de las burguesías nacionales, que sea un compromiso con la libertad pendiente inspirado en la indignación y odio de clases que toda nuestra historia arrastra. Las repúblicas nacionales cuyas banderas hoy nos cobijan legitimizaron la acumulación originaria que la elite criolla apropió durante la colonia y sentaron los pilares de las precarias repúblicas construidas en base a la concentración de la tierra. Nuestra identidad popular nos obliga a reconocer como legítimas todas las luchas contra esos estados criminales, debemos ser solidarios porque para nosotros también la liberación está pendiente.

Porque lo importante no es de qué lado del río que llaman frontera estemos sino las alambradas

de la propiedad privada que le quieren poner límites a la tierra que compartimos.

Por todo lo que somos y contra todo lo que nos han negado.


Por: BULLA ZURDA (Ecuador)

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